En una isla de la costa norte de Alemania vivía, hace
muchísimos años, un pescador muy pobre. Había perdido a su esposa y
solamente le quedaba un hijo varón. Al sentirse viejo y cansado, llamó a
su hijo y le dijo:
-Hijo mío, siento que pronto voy a morir. Ya sabes que no
puedo dejarte nada más que mi vieja barca y que siempre me he negado a que
fueras pescador como yo. Sin embargo, debo pedir tu ayuda.
-Pide lo que quieras, padre.
-Hace poco descubrí la existencia de una sirena que vive en
los arrecifes que se encuentran al oeste de nuestra isla. La he vigilado
a lo largo de los últimos meses. Es muy hermosa, posee una voz encantadora y ,
además, luce unos collares con las perlas más bellas que un humano haya visto jamás.
Finalmente sé cómo actúa, y puedo asegurar que esta endiablada criatura es la
culpable de los naufragios que asolan nuestra costa. Cuando ve acercarse un
barco, empieza a cantar y hace brillar al sol las maravillosas perlas de sus
collares. Los marineros y los pescadores que la ven o escuchan su voz se
vuelven locos. Así es cómo zozobran sus barcos y mueren muchos de sus
tripulantes.
El joven escuchaba el relato, asombrado y asustado por los
peligros que había corrido su padre, sin que nunca se lo hubiera dicho ni él
hubiera sospechado nada.
Qué quieres que haga? -preguntó.
-Tu misión será alertar a los pescadores y a los marineros
para que no se acerquen a estos arrecifes. Sin embargo, debes ser
prudente, porque no estoy seguro de hasta dónde llega el poder de esta sirena.
Además, deberás buscar la manera de impedir que perjudique a nadie más.
El hijo le prometió que intentaría cumplir sus deseos.
Pasaron los días, y una mañana, al ir a despertarlo, el joven vio que el
anciano pescador había abandonado este mundo mientras dormía.
Después de enterrar a su padre, el muchacho decidió recorrer
los pueblos de la isla para pedir a los pescadores y los marinos que no se
acercaran a los arrecifes. Sin embargo, nada decía de la sirena y de sus
collares de perlas.
-¿Qué peligros encierran los arrecifes del oeste?
-preguntaban algunos.
-Nadie lo sabe -contestaban otros-. Lo cierto es que desde
que este joven ha puesto sobre aviso a los pescadores y a los marineros, ningún
barco ha vuelto a naufragar en esta costa.
El muchacho sabía que debía ahuyentar a la sirena si quería
mantener a salvo a los navegantes para siempre. Así pues, día tras día se
acercaba al arrecife para ver si la descubría. Escondido bajo las rocas,
buscaba la entrada de las grutas; pero pasaban los días y no encontraba
ningún rastro. Una tarde, cuando ya iba a darse por vencido, vio que asomaba un
libro debajo de una piedra. Lo tomó en sus manos y, como no sabía leer, iba a
dejarlo en el mismos sitio, cuando oyó unos gritos a sus espaldas:
-Devuélvemelo. Es mío. Si te lo llevas, recibirás tu
merecido.
Era la sirena que nadaba furiosa hacia
él.
-¡Vaya, por fin apareces! Este libro debe de ser muy
importante para ti, si no, no estarías tan furiosa.
Dándose cuenta de que el libro debía de contener fórmulas
mágicas que la sirena empleaba para encandilar a los navegantes, el muchacho lo
agarró fuertemente y se alejó saltando entre las rocas, seguro de que ella no
podría seguirlo si no era por el mar.
-Devuélveme el libro. Te daré todas las perlas que quierasss...
Cuando se encontró a salvo, examinó las páginas atentamente,
pero no pudo descifrar ninguno de los signos que contenía.
-¿Conoces a alguien por los alrededores que sepa leer?
-preguntó a un viejo pescador.
-En aquella pequeña isla que hay delante del arrecife vive
una muchacha que sabe leer -le dijo.
Al amanecer del día siguiente, subió a la barca de su padre
y, alejándose todo lo que pudo de las rocas del arrecife, se dirigió a la isla.
Era tan pequeña que en ella vivían solamente tres o cuatro familias. Le costó
poco encontrar a la muchacha que buscaba y, en cuanto la tuvo delante, la
encontró tan hermosa que se enamoró de ella de inmediato.
-¿Podrías leerme este libro? -le preguntó.
-Ya sé quién eres. He oído hablar de ti. Previenes a los
pescadores y a los marineros para que no se acerquen al arrecife y perezcan
encantados por esta malvada sirena.
La muchacha se sentó y tomó el libro entre sus manos.
-Está escrito en un lenguaje extraño -dijo al fin-. Me
costará descifrarlo.
-¿Cuánto crees que tardarás?
-Déjame unos días. Dentro de una semana, encenderé una
pequeña hoguera en la playa por la
noche. Será la señal para reunirnos y leer el libro.
El muchacho esperó pacientemente, y cuando llegó el día
acordado, cruzó el espacio de mar que lo separaba de la pequeña isla así que
vio el resplandor de las llamas. Día tras día, la muchacha le mostraba cómo
descifrar el lenguaje y los signos del libro y juntos buscaban la manera de
acabar con la sirena y sus hechizos.
Pero la sirena espiaba al muchacho, oculta entre las rocas,
y no le pasó desapercibido su interés por la bella joven.
Una noche, el muchacho salió a la playa y escudriñó la
oscuridad por si distinguía algún resplandor. No imaginaba que la sirena,
aunque sin el libro que le confería mayor poder, todavía recordaba fórmulas
para convocar a las fuerzas de la naturaleza. Había llamado a la neblina, y
esta cubrió en un momento la isla de la joven, de manera que el muchacho no
podía ver el leve centelleo de la pequeña hoguera.
Mientras él se preguntaba qué debía hacer, la sirena se
acercó sigilosamente a la playa y, cuando la joven metió sus pies en el agua,
extrañada a su vez por aquella repentina niebla, y atisbando el horizonte por
si veía la barca del muchacho, la sirena le arrebató el libro de las manos y la
fulminó con los rayos de su mirada, dejándola tendida en la arena.
Al desaparecer la neblina, tan repentinamente como había
surgido, el joven vio el débil resplandor que provenía de la pequeña isla.
Temiendo lo peor, corrió a su barca y remó con todas sus fuerzas.
La muchacha yacía inerte en la arena. El joven la tomó entre
sus brazos y lloró amargamente toda la noche. A la mañana siguiente, los
pescadores vieron atónitos que en su pequeña playa había un muchacho y una
joven abrazados y convertidos en roca, y que en los ojos del muchacho, las
lágrimas se habían convertido el perlas, tan preciosas como las de los collares
que lucía la sirena de los arrecifes.
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